PAPAS FRITAS.
Si hay un momento en mi vida en el que extraño ser chico es cuando llega el mediodía y me tengo que ir a comprar comida.
Cuando sos chico la comida no es una preocupación: aparece cuando la necesitas y punto, sin tanta vuelta. El problema cuando sos grande es que te la tenes que procurar vos y cuando llega el mediodía y el hambre empieza a asomar, la pregunta se hace inevitable: “¿qué voy a comer hoy?”.
Y es un problema porque cuando sos chico y alguien te pregunta qué querés comer, la respuesta es automática y sumamente fácil: papas fritas.
Cuando sos chico querés papas fritas todo el tiempo y, mejor aún, podes comer papas fritas todo el tiempo. Los grandes inventaron que no se puede comer papas fritas todos los días por una sencilla razón: la envidia.
A los chicos no les hacen mal las papas fritas, es una mentira de los adultos. Ellos inventaron eso porque cuando sos grande las papas fritas te empiezan a hacer mal, pero no por el hecho de ser “papas fritas”: cuando sos grande te empieza a hacer mal todo. No podes tomar mucho café porque te da acidez, no podes comer mucho picante porque después soñas pavadas, de noche tenes que comer poquito porque si no dormis mal, hasta el dúo supuestamente más noble del mundo, lechuga y tomate, te hacen ir al baño como un desgraciado. Después inventamos más mentiras, como por ejemplo que “seguro estaban mal lavadas”. Pero es mentira, nos caen mal porque somos grandes y los grandes somos sumamente frágiles.
Los chicos no nos enfermamos cuando corremos debajo de la lluvia, ni si corremos desabrigados, esas cosas les pasan a los adultos. ¿A cuántos de los aquí presentes les han dicho “abrígate que tenes frío” cuando en realidad tenían frío alguno de sus progenitores (madres casi siempre)? ¡No tengo frío, estoy corriendo como un energúmeno, colorado como huevo recién rascado! ¿A quién se le puede ocurrir que ese ser humano que transpira y corre de manera torpe con otros seres iguales que él puede llegar a tener frío? Son los adultos los que tenemos frío cuando baja el sol, que nos buscamos un swetercito “para que no nos haga mal el rocío”. ¡En qué nos hemos convertido! Echándole la culpa al inocente rocío de nuestra vejez. Pero lo que es peor aún y me molestaba más que nada de las mentiras de los adultos era cuando te decían “te vas a sacar un ojo”: “Dejá de correr así que te vas a sacar un ojo”, “no juegues con eso que te vas a sacar un ojo”. ¡Todas mentiras! Los ojos no se salen tan fáciles, no es tan simple que un ojo salga de su órbita.
Cuando nos venimos grandes nos vamos convirtiendo en ese adulto mentiroso que no puede comer papas fritas todo el tiempo y en venganza empezamos a decirles a los niños que nos rodean que no pueden hacer un montón de cosas ni pueden comer lo que quieren todo el tiempo.
En mi casa recuerdo muy bien que cuando mi abuela preguntaba qué queríamos comer, yo siempre respondía “papas fritas”. Y mientras fui chico comí papas fritas sin ningún problema. Cuando crecí y mi abuela me preguntaba qué quería comer, yo respondía “papas fritas”, mientras pensaba “qué mal me voy a sentir más tarde”.
Así que ahora, ya siendo este ser adulto y horrible en el que me convertí (lo de adulto, lo otro ya venía de antes), me llevo de la mano a comer al mediodía y cuando me pregunto qué quiero comer, el niño responde “papas fritas”, pero el adulto le responde “no podes comer papas fritas todo el tiempo” y me pido una inofensiva tarta de jamón y queso.
Eso sí, a la tarde, cuando pienso “qué mal me cayó esa tarta”, el niño me dice “¿ves? Para eso te hubieses comido las papas fritas”.