lunes, 21 de octubre de 2013

Los niños que aprendieron a soñar (cuento)



Texto de María Bautista. Ilustración de Raquel Blázquez

En la aldea africana donde vivía Moussa tenían un problema muy grande. En realidad, como era una aldea muy pobre tenían muchos problemas, pero uno era más grande que el resto. Los niños se habían olvidado de soñar.

Y aunque aquel era un problema muy grande, a nadie parecía importarle demasiado. Total, los sueños solo eran sueños. No daban de comer, ni protegían o mantenían limpia la casa, ni quitaban la sed. Los sueños, para todos los niños de aquella aldea, eran algo inservible e inútil.

Para todos menos para Moussa, que soñaba con soñar y solo por eso, era un soñador de primera categoría. Convencido de que sin sueños los niños dejarían de ser niños y desaparecerían, Moussa decidió irse a buscarlos. Se marchó caminando el primer día que descubrió que los niños de la aldea estaban empezando a difuminarse y a borrarse poco a poco. ¿Quién podría ayudarle a encontrar estos sueños perdidos?

Tras caminar y caminar durante varias horas, Moussa se encontró al  viento Harmattan.

- Amigo viento, por casualidad, ¿no se habrán escondido entre el polvo y la arena que desplazas en tus viajes, los sueños perdidos de mi aldea?

El viento, después de mirarse por dentro, tuvo que reconocer que él no tenía aquellos sueños.

- Pregunta mejor a la lluvia. Sus aguas lo arrastran todo y quizá por error se hayan llevado vuestros sueños.

El pequeño Moussa tuvo que esperar una estación entera hasta que llegaron las lluvias. Pero ellas tampoco sabían nada de aquellos sueños infantiles.

- Pregunta a los leones de la sabana. Quizá una noche estaban tan hambrientos que se comieron todos los sueños de la aldea.

Moussa caminó hasta la sabana y buscó a los leones que en verdad estaban tan hambrientos como le había dicho la lluvia. Por eso, a punto estuvieron de devorarlo de un solo bocado. Pero aquel niño que buscaba los sueños les dio tanta lástima que le dejaron ir, después de reconocer que ellos no se habían comido sus sueños.

- Pregunta a los enormes y sabios elefantes. Quizá su memoria prodigiosa recuerde algo.

Moussa preguntó a los elefantes que le contaron que hacía mucho mucho tiempo, los niños de su aldea soñaban sin parar.

- Entonces, ¿por qué ahora se han olvidado de hacerlo? ¿Quién nos ha robado los sueños?
- Trabajan demasiado -exclamó el elefante más viejo de la manada-. Trabajan tanto que no les da tiempo a soñar.

Moussa pensó en su aldea. Pensó en los niños que pasaban el día fuera buscando comida. Pensó en las niñas que cuidaban sin descanso de la casa y de los más pequeños. Y se dio cuenta de que el elefante tenía razón: los niños, obligados a hacer cosas de mayores, se habían olvidado de soñar.

Moussa volvió a su aldea convencido de que algo tenía que cambiar. Pero cuando llegó allí ya había cambiado algo, aunque no exactamente lo que él quería. Y es que en su ausencia, los niños que no soñaban, habían desaparecido del todo. Así que la aldea se había quedado sin niños.

Los adultos, preocupados, les habían buscado por todas partes. Pero no los encontrarían hasta que les devolvieran su capacidad de soñar. Y para eso necesitaban que algunas cosas cambiaran. Que las niñas y los niños encontraran un lugar donde aprender a leer, a coser, a pintar, a cultivar, a hacer herrería, a entender la electricidad o la mecánica.

Cuando los adultos comprendieron aquello, todo fue mucho más fácil. Crearían escuelas y talleres y un proyecto para sacar adelante estos sueños. Y a medida que iban haciéndolo, los niños de la aldea de Moussa, fueron apareciendo y aprendiendo en aquellos talleres. Como ya no tenían que trabajar, comenzaron a pensar en el futuro. En qué serían de mayores, en qué función realizarían para su pequeña comunidad, en qué le enseñarían a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Y al pensar en el futuro, los niños, sin darse cuenta, comenzaron a soñar.

Recuperaron los sueños y el futuro. Y no dejaron de soñar nunca.

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