Una vez un miembro
de la tribu piel roja se presentó furioso ante su jefe para informarle que
estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido
gravemente.
Quería ir
inmediatamente y matarlo sin piedad. El jefe lo escuchó atentamente y luego le
propuso que fuera a hacer lo que había pensado, pero antes de hacerlo llenara
su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo.
El hombre cargó su
pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol.
Tardó una semana en
terminar la pipa. Luego sacudió sus cenizas y decidió volver a hablar con el
jefe piel roja para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar
a su enemigo pero que sí le daría una paliza memorable para que nunca se
olvidara de la ofensa.
Nuevamente el
anciano lo escuchó y aplaudió su decisión, pero le ordenó que ya que había
cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar.
También esta vez el hombre cumplió su encargo y estuvo media hora meditando.
Después regresó a
donde estaba el cacique piel roja y le dijo que consideraba excesivo castigar
físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y
le haría pasar vergüenza delante de todos.
Como siempre, fue
escuchado con bondad pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su
meditación como lo había hecho las veces anteriores. El hombre medio molesto
pero ya mucho más se reno se dirigió al árbol centenario y allí sentado, fue
convirtiendo en humo, su tabaco y su problema.
Cuando terminó,
volvió al jefe piel roja y le dijo: “Pensándolo mejor, veo que la cosa no es
para tanto. Iré donde me espera mi a g re so r para darle un abrazo. Así
recuperaré a un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho”. El
jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del
árbol, diciéndole: “Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía
decírtelo yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo”.
Anónimo
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