Se dice que en cierta ocasión el Emperador Napoleón I se encontraba
delante de un grupo de soldados, cuando de repente su caballo se
desbocó; entonces un soldado raso se lanzó hacia el caballo, y, cogiendo
el freno del caballo, pudo pronto detenerlo.
Se dice que Napoleón saludó al soldado raso y le dijo: "Gracias, mi
capitán". El soldado se sorprendió al oir a Napoleón decirle “capitán”,
pues él era un simple soldado raso, pero inmediatamente pensó que se
encontraba delante de Napoleón, y que si él quería, podía hacerlo
capitán.
Así que, saludó a su Emperador y le preguntó: "¿De qué regimiento, mi
Emperador?" El emperador le contestó: “De mi guardia personal.”
En ese momento dejó de ser soldado raso y llegó a ser capitán. Si
este soldado raso no hubiese tenido fe, hubiera dicho: “Mi Emperador me
dice capitán, pero yo no soy más que un soldado raso. Por el susto que
le dio el caballo, se equivocó y me dijo capitán”, y se hubiera ido a
tomar su lugar y habría permanecido soldado raso toda su vida.
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